miércoles, 11 de enero de 2012

TABERNA NOSTALGIA Y ÁRBOL DE NOCHE

EL ÁRBOL DE NOCHE O ÁRBOL DE LA NOCHE HA SIDO MATERIA DE DJUNA BARNES, EFRAÍN MEDINA Y CAPOTE.

ESTÁ HECHO DE SOMBRAS PERO NO LE FALTA CALDO.

NADIE CONOCE A UN ÁRBOL HASTA QUE NO LO COMPRENDE DE NOCHE.

PARA EL CASO ACOMPAÑA A LA TABERNA NOSTALGIA Y SU TRISTE PÚBLICO.

UN ÁRBOL SE PUEDE QUEMAR PERO SÓLO EN LA NOCHE INYENTÁNDOLO DE NUESTRAS LUCES EXTRAVIADAS










domingo, 8 de enero de 2012

NO SON ESTRELLAS

... PERO PODRÍAN SERLO... A FALTA DE DELIRIOS RECORDAR QUE ESTÁN TIRADAS EN LA CARRETERA Y QUE SE MARCHITAN












domingo, 1 de enero de 2012

RETRATOS (DESNUDOS)








LEYES Y POLVORA

Este último diciembre la Policía fue absurdamente desautorizada y desafiada frente a la prohibición de pólvora. Un problema, al parecer insipiente, nos lleva a un gran tema de cultura política si quisiéramos, simplemente reseñar el asunto de autoridad y el asunto de ciudadanía, casi al punto de la psicología social. 
Vale la pena confesarle a mis 6 lectores que me he vuelto un vecino prematuramente beato (neurotico, cansón o quisquilloso) en parte porque vivo en un apartamento mal construído por donde se filtra exageradamente el ruido de los vecinos y en parte porque hay ciertos actos exacerbados que ya no comparto.
En las carreteras de Antioquia, cerca a la salida por la Estrella que conduce a Caldas y a todo el Suroeste hay una concentración tal de venta de polvora, a tan poca distancia de un puesto de control de la Policía que es innegable un fenómeno corrupto de aquiescencia con la Policía.  La Policía no es corrupta, un porcentaje que se aprovecha de la solidaridad de cuerpo lo es. Pero lo importante es señalar que la corrupción acá aunque tenga un centro criminal que puede estar ligado a los sobornos, tiene otros anillos que crean una red inconsciente que la hacen posible: está relacionada al "hagámonos pasito", al principio de oportunidad (de seleccionar los crímenes más graves para perseguir) y al mal menor. 
Sucede que cuando uno le comenta a un patrullero que llevan 24 horas ininterrumpidas tronando voladores en una zona residencial un 29 de diciembre, él puede decir que "hay que entender la gente porque es diciembre", que con los recursos que tienen están persiguiendo ladrones y que desde que no involucren niños a él no le preocupa. 
Pero está prohibido dice uno en su inmensa inocencia y el patrullero con gran sabiduría, responde usted no se imagina el montón de cosas que están prohibidas y la gente las hace.¡Claro! Eso es lo que pasa. En Colombia  no se cumplen las leyes sino hay sanción. Mejor dicho si el costo no es alto, uno se arriesga con el delito si es satisfactorio. 
No estamos de acuerdo con un montón de leyes y deberían haber menos. Primero que todo las leyes deberían haber en especial para mediar entre dos, leyes como una tercera fuerza que resuelva el conflicto entre dos sin anularlo. A mí, por ejemplo no me gusta la ley del cinturón en el carro. Pero reclamo mi derecho a quedarme en vacaciones en mi casa leyendo y escribiendo, sin una ambientación sonora de la toma de Varsovia. El ruido se mete por las ventanas cerradas, por las paredes gruesas y delgadas y a mí estuvieron a punto de decirme, sino le gusta acá váyase para otro país. 
Mi segundo punto es la pregunta por el gusto por la pólvora. Me encanta el festival del pólvora de Villa de Leyva y quiero escribir un cuento sobre los artesanos de pólvora. Herir al cielo con los grandes colores que hemos domesticado los minúsculos humanos es maravilloso.  El espectáculo de la pólvora de colores invita, es concordia ciudadana y normalmente está asociado al espacio público, se lanza desde un espacio neutral y estalla bien arriba en el cielo, el ruido se hace susurro. 
Nuestra pólvora alada que se le llama voladores, estalla en un cielo cercana y más bien propone la soberbia de la familia, el tío, el verraco que más tire lo que no sé si consciente o inconscientemente provoca una competencia entre cuadras, entre metros. La otra pólvora, más papeleta y su monstruosa mutación de los tacos, son aún más tristes: no conocen el cielo y su único propósito es hacer ruido, estallar hasta el cansancio, hasta que duelan los oídos. 
Hablamos de lo que nos falta, pero emulamos lo que nos sobra: estallido, ruido y violencia. Son sin duda ruidos de muerte. No puedo entender que un pueblo que le sobra los ruidos de muertos, es decir la bala, sienta la necesidad de seguir escuchando algo tan parecido y el que pueda tirar polvora estridente y sin color toda una noche está acondicionado para ser violento, para vivir sin belleza. Nuestro conciudadano promedio no sabe descansar, no sabe disfrutar, no puede desear nada más porque no lo conoce y para eso debería servir la cultura, para desear.