jueves, 27 de enero de 2011

PARA UNA PEREGRINA

DE PARTE DE QUIEN ENCUENTRA PUREZA EN ANDAR

Lo de ayer, lo de hoy y lo de mañana, es lo máximo que uno puede controlar. A veces los milagros se asoman y esos tres días aparecen en más de una temporada, pero no vale la pena hacer muchos planes, tratar de ver más allá, ni esconderse en un recuerdo: no se puede ver del futuro lo que no está tejido con el ahora y no se puede sentir ningún pasado que no se calienta con algo presente.

Claro que también hacemos magia, escapamos de la conspiración y somos conjuradores, cabalgamos bien a pelo la bestia de las coincidencias y esos tres días se unen unos a otros y desde lo más mortal sentimos el infinito, nada higiénico, pura extravagancia.

Hablamos de un infinito mortal que es caminando, es jadeando y ensucia. Sentido puro sin destino. Con los ojos encharcados, el corazón galopante, la sangre caliente, la piel tibia, las papilas en flor y el brillo purificante del sudor que no se pone viejo.

Por ahí iba el recuerdo de ella para volver a empacar un morralito, pedir un taxi, agarrar un avión y a punto de caer o de volar meter la llave en la puerta de ese hotel. Era así de sencillo, si se cuenta con una mirada externa y descongestionada: calló rotundamente pero ya no mintió más. A él que ya no es El Otro sino un simple otro, ese otro, se le notificó su estado sin contundencia Y seguido de mucho silencio, ninguna explicación, ninguna compasión.

Él, ese otro, se había convertido en un invasor y ahora fantasma, pero había más agentes externos, más invasores, un papá (el primer hombre), frente a su familia, pero había habido ya una batalla interna, donde se había desarmado a todos devuelto pistolas de juguete que acompasaban su valentía, la recordaban libre y rotunda. Primero atravesó la tristeza de otro que no vale su libertad y luego la puerta paterna porque no andaba en puntas. Ella llevaba fuego: llevaba silencio pero no se escondía.

Dejando la ciudad, en el aeropuerto, pensaba en sus planes, esa forma sofisticada con la que aparte de bella y estimada también iba a ser una mujer equipada con todo, profesional, exitosa ¿y entonces el trabajo final? Todo eso cuenta, su cabeza no puede parar pero ya no la detiene, sólo ella sabía que contaba, no se vuelve charla la logística cuando uno vibra de ficción y se está dedicado a los símbolos: esas cosas se hacen después, después si se sobrevive Porque ir al amor, es como ir a un desbarrancadero, ir a una muerte veloz y tajante que no es fin sino comienzo, mezcla pura con todo.

Perdida como todos, encuentra los frutos de su valentía cuando gira la manigueta de esa puerta y él está en ese cuarto muy azul y un poco naranja, sentado al borde una cama tendida que es lo único que tiene ese cuarto de ventana grande que se choca contra una pared de ladrillo y todos los ocres y morados del atardecer. En ese segundo largo, ella se apropió de esos ojos oscuros y hondos, muy hondos, sintió una respiración profunda y tibia con más boca que nariz Una boca amarga que sonríe sin límite y permiso, pero con algo de dedicación exclusiva. Ignoraba que su corazón se movía dentro de él como la vida que se quiere follar a la muerte, como un buen morir, quitándole licencias a la muerte que a veces nos hace vivir sin sentido Morir entonces de tanta vida.

¿Quién podía prohibirle esas manos, quién podía negarle la dulzura que le producía la sutil forma como estaban organizados los bellos de su brazo (en una sóla dirección) hasta cubrirle una parte de la mano?

¿Qué puede haber más nuestro que un secreto con cuerpo y olor que sólo puede recordar la complicidad y nadie más puede, siquiera, imaginar? ¿Quién podía cambalachearle la pasión que sentía por esos huesos chocando contra su cuerpo, apresados en su carne?

Hay que gastarse lo que hay, sólo es postergable lo que no está vivo.

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