viernes, 21 de enero de 2011

PARA UNA COMPAÑERA QUE INTENTARON DERROTAR

DE UN HOMBRE INCOMPLETO

El que nos niegue las ficciones es un tirano de mierda. Es fundamental tener imaginación, desatar los deseos, identificar aquellos deseos que van y vienen, que nos exigen desde adentro a nosotros mismos. Ahí una primera valentía, pero la subsecuente: pasar de divagar, a hacer que las cosas nos pasen y pasar por las cosas y los sucesos que nos desvelan.


Los hombres llegan a las mujeres trayendo a veces su llanura, a veces su miedo y siempre algo de confusión. Por qué será que intentamos vencer y que cuando no entendemos la batalla, no encontramos un enemigo, en la entrada, en la permanencia que es aferrarnos o en la salida que se traza con cobardía, terminamos derrotando algo de ellas.

Me han dicho mujeres que creen que se entregaron mucho, ahí viene un ajuste y creo que es perder la entrega, la entrega se pierde, perdiendo algo de brillo. El mamtram de hoy, repetido muchas veces, es fui una boba, la meta, ya no voy a ser tan boba y, la forma, de vacunarse contra su vulnerabilidad es dejar de ser soñadora, sentir menos y perder algo del sentido de la aventura. En todo caso ahí es mucho lo que le permiten llevarse a un hombrecito.

En una era de soledad llena de rituales de conexión, donde la seducción consiste en auto-contenerse y valerse solo, bailamos con navaja en mano cruelmente y mientras el hombre menos apto, la mujer más fuerte, más impenetrable. El hombre incompleto y la mujer desganada, todos bastante perdidos.


Enterramos cosas que se pudren y no usamos el mar, ese espejo del inconsciente para dejar naufragar amores y el pasado. Es mejor poner a naufragar que enterrar, porque lo que entra ahí no nos pertenece más y se lo entregamos a la vida para que esta lo transforme. Poner al viento el resentimiento es distinto a atizar un fuego con algunos dolores: desembrujar una prenda, volver cosa un fantasma y darnos cuenta que muchas de las heridas fueron hechas por la torpeza, todos los torturadores (con un poco de viento) se revelan como sofocados masoquistas.

Bandada de pájaros y marinero, volar en vez de quedarse en la estación y endurecerse, sin volverse tieso como en la tierra donde las cosas se resquebrajan. Igual, ¿qué símbolo tomar para desagraviarse de un cobarde, de un sofocante hombrecito, de un truculento ladrón de vidas? Al cobarde hay que concederle el rincón que reclama, con la expansión del valiente que normalmente es la de ese niño interior y alegre no la de ese anciano malhumorado que está adentro; al sofocante hay que regalarle un balcón para que vea partir a la peregrina y al ladrón hay que preñarlo, intoxicarlo de vida dejándolo con una pequeña tijera de plástico que se enfrenta al corazón del amazonas.

La guerrera que se hizo fuerte con la desgracia no puede ser muñeca de sal: para volver a amar se necesitan partes duras y partes blandas. Para algunas cosas se necesitan bastantes simulacros, pero de ellos debe surgir un sarcasmo sólo provisional para estar intactos para la batalla final. Uno siempre llega a donde lo están esperando, pero a algunos parajes no se llega con la razón, por eso la medida no es física y podría implicar perderse dos o tres veces (muy bien perdido) antes de llegar.

Al final de cuentas “toda retirada a tiempo, es siempre una derrota” (E.B)… y más de la propia vida. La cuestión, entonces, no está en no perderse, sino en recuperarse a sí mismo tras el cataclismo.

1 comentario:

  1. Y si hay que perderse una vez más, que el apocalipsis nos coja vacunados contra el tedio y la derrota sea carta de navegación.

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