miércoles, 23 de febrero de 2011

LA VERDAD SOBRE EL AMIGO Y EL NOVIO


La amistad es el fruto maduro de la simpatía, un tipo de atracción que se solidifica en la admiración y se sostiene en la complicidad. Por tradición (no tanto por definición) la amistad no incluye deseo carnal y tal vez no requiera de éste, pero sin duda puede sobrevivir con éste y después de su aparición.

Estoy intentado protestar en esta página contra la amistad reducida a premio de consolación, rebelarme a los que usan la palabra para referirse a un nacimiento en el terreno de las insuficiencias de la vida que son las mismas de las insuficiencias del deseo. Típicamente, los amigos y las amigas se construyen, ocupan su lugar, en un lugar en el que no hay genitalidad, he ahí que esta construcción se dé fuerte en la disposición del sexo contrario al deseado (mismo sexo en heterosexuales), más allá de la convención de la edad o de la monogamia que censura nuestro deseo por el amigo.

El estado clásico de la amistad es entre dos hombres y hoy se erigen nuevas mitologías del hombre homosexual como gran amigo de la mujer heterosexual. Mi tesis (con experiencia propia) es que la consagración de la amistad tiende a abrirse campo hacia el deseo de pareja, a menos que una naturaleza pura la detenga. Y esta naturaleza no es una lógica fría que asume al ser preferido como de alguien más o alguna dificultad logística como la edad o la distancia, sino que reside en el nervio bruto de las pulsiones más intensas.

De un lado se ve sospechoso un hombre destinado a mejor amigo (y sólo eso) de una mujer deseable y de otro desconcierta y decepciona mucho la construcción que han venido haciendo las mujeres para decretarle al apasionado la frontera, techo y plomada de la amistad, como si la amistad se dejara enjaular y meter en las reglas de un juego definido desde sus límites. La amistad no se contenta con llegar a medio camino porque la amistad no sabe de prohibiciones, la amistad no incorpora desprecios relativos porque la amistad es el milagro de ser absolutamente bienvenido y el arte de dar la bienvenida en lo cotidiano y en el largo camino donde el tiempo no afecta la devoción.

La apuesta debería ser porque la pareja fuera la amiga reverberante. En las bases hay ese conocimiento pausado, tranquilo que da la falta de posesión, donde florece la contemplación y se rebelan lentamente secretos y, ya sin miedo, la seducción es la propia convicción por cumplir las promesas no pronunciadas y en la cúspide, o cúpula, yergue el deseo desbocado como un fruto maduro que nutre las libertades.

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